Sala 433
El estudio es la calle

El cuestionamiento de las características sociales de los espacios de exposición del arte lleva a muchos artistas a expandir su radio de acción más allá de la obra de arte, cuestionando su objetualidad, y a convertir la calle en su espacio de producción. De esta forma, en los años setenta, surgen varios movimientos que trascienden la dicotomía entre lo privado y lo público, tratando el espacio de forma performativa y a la obra de arte como índice o registro de un proceso abierto que desdibuja las fronteras entre arte y vida.

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Sala 433

El cuestionamiento de las características sociales de los espacios de exposición del arte lleva a muchos artistas a expandir su radio de acción más allá de la obra de arte, cuestionando su objetualidad, y a convertir la calle en su espacio de producción. De esta forma, en los años setenta, surgen varios movimientos que trascienden la dicotomía entre lo privado y lo público, tratando el espacio de forma performativa y a la obra de arte como índice o registro de un proceso abierto que desdibuja las fronteras entre arte y vida.

A finales de los años sesenta, el filósofo Michel Foucault propone dejar de lado las posiciones «pro o en contra» y situarse en los márgenes de la modernidad, tratando así de traspasar sus límites: «Se debe evitar la alternativa del afuera y del adentro; hay que estar en las fronteras». En su conferencia de 1967, Des espaces autres, propone, como alternativa a las ideas de progreso y utopía, una historia múltiple, la heterotopía, compuesta por territorios distintos que compiten entre sí y favorecen la multiplicidad, la diferencia y la dispersión del poder. Este es el horizonte desde el cual Foucault plantea el problema del espacio como imprescindible para la reflexión contemporánea, puesto que la historia, lejos de ser lineal, se constituye como un solapamiento de espacios. Por otra parte, a lo largo de la década de los cincuenta, el pensamiento de Guy Debord y de otros artistas interesados en desdibujar los límites entre arte y vida permite la cristalización de procesos de investigación experimental de la ciudad y la apropiación subversiva de la misma por medio de diversas intervenciones. Todo ello sentó las bases para convertir la ciudad en un elemento central de la producción artística de los setenta.

Esta nueva generación de artistas buscará un espacio dinámico en el que dar cabida a una percepción performativa del arte, desbordando sus lugares de trabajo y exposición habituales, y convirtiendo la calle en espacio de circulación, presentación y experimentación, pero también en materia plástica. Por ejemplo, los conocidos como affichistas despegan las capas de carteles de las vallas publicitarias de París, produciendo collages de los que la ciudad es, en parte, autora. En esta sala se pueden ver obras de varios de los affichistas más destacados: Como un poema – soy (1960), de Mimmo Rotella, La baleine blanche (1958), de François Dufrêne y Jacques Villeglé, y Boulevard Saint-Martin (1959), de Jacques Villeglé, todas ellas perteneciente al depósito de la colección Fondation Gandur pour l’Art. En Turín, Michelangelo Pistoletto recorre las calles deconstruyendo su orden por medio de la intervención sonora con las Trompetas del juicio (1968). Del mismo modo, en Estados Unidos, la danza y la performance ocupan el espacio urbano, al margen de teatros o instituciones oficiales. Artistas como Trisha Brown danzan, improvisan y realizan acciones en espacios residuales con un pasado industrial, como fábricas abandonadas, solares o muelles. El cuerpo del artista ocupa un nuevo lugar que lo capacita para dislocar y ritualizar el espacio público, cuestionando las relaciones entre sujeto y ciudad, y proponiendo otras formas de recorrerlo.

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