Chillida. 1948-1998 es una exposición de carácter retrospectivo, compuesta por ciento cuarenta obras fruto de cincuenta años de producción e investigación plástica de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002). La selección de esculturas y dibujos incluye los distintos materiales utilizados, lo que permite articular la presentación de las obras en tres categorías distintas.
Por una parte, se presentan piezas de cierto peso, aunque por cuestiones técnicas se excluyen las obras de más de cinco toneladas, en especial las realizadas en acero. Además, destacan en el montaje de la exposición las denominadas Lurrak, obras realizadas en tierra chamota, compuesta por una mezcla de arcillas. Por último, figuran las creaciones con o sobre papel, desde los relieves-collages llamados Gravitaciones -considerados como esculturas- hasta los dibujos, ya sean de trazo o marcas de lápiz o tinta, o generados en base de cortes de tijera o collage. Las obras en papel se presentan agrupadas como otra muestra dentro de la propia exposición, espacialmente justificada y condicionada por razones de conservación e iluminación. Con este conjunto de obras en papel se quiere insistir en la naturaleza autónoma de dichas obras, que superan la idea de dibujo preparatorio o apunte.
La exposición se fundamenta en la escenificación de los conceptos básicos que el pensamiento visual de Chillida cuestiona y replantea. Sus esculturas no resuelven problemas de modelado, de representación o de expresión, sino cuestiones metafísicas, que formula a través de la materia, en conceptos como límite, vacío, espacio y escala. Cabe señalar al respecto que el punto de partida del trabajo de Chillida -y el de esta exposición- es la recuperación de las formas y las técnicas primigenias como fuente o modelo de renovación artística, tras el declive de los lenguajes de la vanguardia al final de los años cuarenta. Un ejemplo de ello es Torso (1948). Durante su larga estancia en París (1948-1951), Chillida desarrolla una escultura dominada por el sentido del volumen y, aunque se inclina hacia la abstracción, mantiene ciertos restos naturalistas, como en Yacente (1949).
El regreso al País Vasco supone un nuevo giro en su trabajo basado en la exploración de nuevas vías formales y teóricas, para encontrar en las raíces de la cultura vasca formas absolutas. La forja tradicional y el trabajo en hierro, de la tradición popular vasca de los oficios, son los medios privilegiados para llevar a cabo su experimentación con materia y espacio. La forja le permite trabajar con el vacío y asumirlo como parte de la escultura, como en El peine del viento I (1952) o en Deseoso, (1954).
Según la especialista Ina Busch, Chillida entiende la escultura como un metaproceso, un instrumento para hacer visible el espacio. En este punto entronca con la estética de Martin Heidegger, cuyo libro El arte y el espacio ilustra Chillida en 1968. El artista emprende un giro progresivo hacia una abstracción radical, al transformar los referentes naturales en signos. A la vez, logra un vacío, que se define sensorialmente por una estructura férrea abierta, como se advierte en Rumor de límites I (1958), y posibilita incluso que el espacio sea habitado por el espectador, como en Puerta de la libertad (1984).
Datos de la exposición
Museo Guggenheim Bilbao (April 20 - August 29, 1999)
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