La exposición explora la contribución de los artistas extranjeros que después de la Segunda Guerra Mundial trabajaron en París, ciudad que conservaba todavía cierta aura vinculada a su mítica encarnación moderna como Ciudad de la Luz en el siglo XIX. Por aquel entonces, la capital francesa intentaba, mientras se reconstruía política, social y económicamente tras la contienda, modernizar la vieja imagen de la École de Paris [Escuela de París], que siempre había contado con la contribución de artistas extranjeros para el desarrollo de un discurso moderno. Bajo su prisma, París se consideraba un lugar de libertad donde las personalidades y las identidades individuales estaban permitidas, se fomentaban y al mismo tiempo se medían meticulosamente de acuerdo con una especie de comedimiento cartesiano.
Esta extensa muestra colectiva da cuenta de la vitalidad y la vivacidad del ambiente artístico en toda su complejidad, presentando las distintas tendencias creativas que surgieron en la ciudad dentro y fuera de la Escuela de París, en una época de intensos debates políticos que tenían como telón de fondo el nuevo escenario global abierto por la Guerra Fría. Desde diversos ámbitos artísticos, como la pintura, la escultura, el jazz, la literatura o el cine, los artistas extranjeros hicieron frente a la creciente escalada de tensión y aportaron planteamientos y esperanzas propias al entorno parisino, en un intento de conectar con la tradición de la modernidad internacional sin perder por completo su identidad cultural específica.
Esta pluralidad de apuestas, enfoques y medios queda recogida en la exposición, donde es posible redescubrir y poner en diálogo muchas obras que han sido a menudo olvidadas por buena parte de la Historia del Arte. Gracias a la organización cronológica de las salas, pueden apreciarse los cambios en los discursos y las respuestas de los artistas a las modas parisinas o a las presiones políticas, así como las variaciones en la composición de este entorno cultural en función de los acontecimientos históricos. Por ejemplo, los artistas estadounidenses llegaron en tropel a París a finales de los años cuarenta y durante los cincuenta por dos motivos principales. Uno era la carta de derechos de los veteranos, la ley que financió los estudios de los excombatientes de la Segunda Guerra Mundial en reconocidas escuelas de arte como los talleres de Fernand Léger y André Lhote o la Académie Julian y la Grande Chaumière; el otro era la presión para dejar atrás un país reaccionario y con frecuencia racista controlado por las políticas represivas del influyente senador Joseph McCarthy. Otros, entre ellos un nutrido grupo de artistas latinoamericanos, llegaron animados por las becas y ayudas del gobierno francés buscando mejorar sus expectativas profesionales en el que, como se apuntaba, continuaba siendo un lugar de referencia y estímulo para el arte moderno, con un clima favorable a la experimentación y al debate no solo artístico, sino también político.
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